Wakefield (Twice Told Tales). Catalina Schliebener

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Artista: Catalina Schliebener
Título: Wakefield (Twice Told Tales)
Dónde: Centro Cultural Matta, Embajada de Chile en Argentina
Fechas: 17 de marzo al 30 de abril 2015

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Texto, galería de imágenes y links

De mañas y destinos

“En ese preciso instante su destino viraba en redondo”
Wakefield, Twice-Told Tales, Nathaniel Hawthorne

Wakefield (Twice–Told Tales) es la quinta y última pieza de una serie de instalaciones sitio específico que Catalina Schliebener realiza desde el año 2013. A partir del cuento de Hawthorne, la búsqueda callejera de objetos, papeles, libros, ropa estampada y material de descarte de las obras de los últimos años, ha desencadenado una escena donde se pone en cuestión la especialización de las cosas en el mundo y lo que comprendemos como familiar.
En las cuatro instancias anteriores del proyecto, los muros blancos, empapelados y rediseñados por recortes sostenían una escena de infancia, desuso y olvido, mas esta vez, no sólo asistimos a tales motivos sino que también al desmembramiento del espacio que da (el) lugar a la escena.

Un espacio desmembrado puede ser provisto de sentido una vez desanclamos el espacio como sinónimo de lugar. Un lugar sitia, emplaza y circunscribe, permite avistar una dimensión donde sea posible que las cosas se encuentren y, al mismo tiempo, escapen de sí en el aislamiento y brillo de su presencia. Un espacio donde la relación entre las piezas en juego no sean necesarias, sino sólo posibles. Así, este ejercicio que trabaja con la estética pop de los 80’s y 90’s recurre a la especialización del cuerpo, en cuanto toda pieza de esta instalación pueda ser comprendida como pieza de carne, de ropa o de una estrategia para la configuración de un cuerpo, llámese palabra (como cuerpo) o prenda (como albergue).

Las piezas conforman un nuevo orden de (y en) las cosas, orden que también es riesgo tanto en su composición material como en las palabras que evocan una iconografía familiar. Palabras que retornan a nuestro encuentro de un modo estruendoso ocupando un ritmo, un tono nuevo de la lengua; nuevo no por original, sino que más bien por su carácter reciclado que asiste al rescate de lo que en ella estuvo en desuso. De ahí que las piezas nos sean familiares, de ahí que nos acerquemos a ellas con lo que Hawthorne indicó como cierta tendencia a la astucia.

Llamamos astucia al modo de asistencia ante aquello extraño que aparece en los espacios, personas y sentidos comunes. En la pluralidad de disposiciones objetuales subyace una ciega confianza en la interpretación, en la relación subjetiva e innecesaria entre escena y cuerpo, entre ese cuerpo que ingresa a la habitación en el sigilo de una sombra reunida con el umbral de una puerta. Ese cuerpo nos permite poblar una habitación desfondada de interioridad. Wakefield desanda el cobijo del hogar, trayendo bajo techo la incertidumbre y el misterio de la calle, de los vagones de metro, de los basureros plegados de ropa vieja. Con el cuerpo llegamos a esta obra que nos colorea la mirada y nos confunde en el brillo de los objetos y sus superficies. Mas esa confusión no agota la visión. Nos es continua en cuanto suspende el juicio y nos deriva a la sorpresa.

Jean Luc Nancy en “Corpus” da una seña, nos dice que la mirada toca, tal y como el pensamiento toca aquello pensado; por tanto, pensamiento y cuerpo son indistinguibles uno del otro, pues sólo sabemos de uno en cuanto nos da noticia del otro. En esta relación necesaria, rescato la llave de interpretación de este ejercicio. ¿Es que acaso la especialización del recuerdo, así como el desfondamiento del hogar infantil son sucesos transparentes a nuestros ojos? ¿Acaso no nos sorprendemos cuando volvemos al país, ciudad, barrio o casa de infancia y nos damos cuenta que aún conocemos sus mañas?
Maña en la chapa de la puerta, maña en la postura del pijama, maña en el clavo de la pared que sólo sujeta cierto peso, maña en la sintonía y distancia de los objetos de esta sala. La maña vendría a ser un modo corporal de decir destreza, habilidad; un modo que indica una secreta lógica que opera en las cosas que nos rodean, un halo veleidoso presente el curso discontinuo de la vida. De ahí que esa maña sea un truco y, al mismo tiempo, un hábito, una gota de sorpresa que día a día llega a nosotros en la observancia.

Quizá ese sea el gesto de Catalina, el ser capaz de observar una casa desde la calle, mirar la escena íntima que se asoma al pasar por su lado, develando una niñez desvanecida en dibujos recortados y deformados. Caricaturas que redibujadas por la tijera, por la memoria y el azar nos indican aquel espacio donde ni el cuerpo humano, ni la imagen de él se encuentran. En ese espacio de suspensión –que es también una esquina- una pequeña broma alardea en forma de perro de porcelana con bozal. ¿Qué querrá a exhibir (se con) el perro? ¿Cómo será su gruñido? ¿Qué dirá ese ladrido? ¿Es que el perro puede decir algo? Mas ese ladrido de perro que es nudo y emplazamiento, es también artilugio. Pienso en la disposición de los faroles a ras de suelo y en esos marcos sin fotos. Pienso en las ventanas que esta habitación ha reubicado de un modo paródico, porque ¿Desde cuándo alcanzamos a mirar a través de las ventanas? ¿Desde cuándo comenzamos a recordar? ¿Desde cuándo nuestra casa ha estado invertida?

Ese ladrido que también es peluca, trampa para ratones y botas de goma acarrea un alarido desbocado y callejero. Extensión sonora de una artista que intercede entre sus ojos y huellas con la sigilosa pericia de alguien que aún recuerda cómo abrir las puertas de sus casas. Puertas que, como los cajones de nuestros abuelos, nos remiten a un mundo de extrañeza y desolación.

Andrea Ocampo Cea
Santiago de Chile, diciembre 2014

Galería de imágenes

Links:
Catalina Schliebener
Centro Cultural Matta, Embajada de Chile en Argentina

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