Artista: Pablo Cavallo
Título: El hombre, la luz y la ventana
Curadores: Sol Ganim y Agustín Fernández
Dónde: Pasto
Fechas: 23 de abril al 23 de mayo 2015
Texto, galería de imágenes y links
El hombre, la luz y la ventana
1. Otro 1984
De los video games a los vhs, de los cassettes a los floppy disks y de la televisión por cable a las computadoras personales, los años 80 resultan paradigmáticos para pensar un nuevo modo de relación entre el hombre y las máquinas. La llegada de la PC, en el inicio puro potencial sin aplicación, pudo muy pronto resolverlo todo, desde llevar adelante la contabilidad de un negocio hasta realizar gráficos e imprimir los resultados. Lemas como “Welcome to someday” o “The man, the light and the Apple” explicitan una autoconciencia sobre la idea de ruptura que implicaba el uso de esas nuevas tecnologías. Ese someday futuro, heredero del proyecto moderno, que hacía su aparición en pleno presente, respondía y le confería una imagen a la fantasía de toda una generación.
Vista desde hoy, esa década se convierte en el origen mítico de un modo novedoso de hacer pieza del hombre con la máquina. Nacía un fluido proceso de intercambio que, como la lengua materna, se incorporaría sin conciencia sobre sí mismo. En este proceso, que no es únicamente individual sino también social, se realiza la adaptación del ritmo de vida, las condiciones de la percepción y las estructuras mentales de una nueva generación. A raíz de estas transformaciones, los dispositivos tecnológicos no pueden considerarse una extensión ni una prótesis del individuo, sino partes constitutivas del proceso de intercambio: somos, todas las cosas en el mundo, máquinas orgánicas, técnicas y sociales.
La tecnología digital no solo modificó radicalmente los procesos de producción industrial sino que ocupó un lugar privilegiado en la producción de subjetividad a escala mundial. Las computadoras personales, las consolas de videojuegos, la televisión satelital y, sobre todas las cosas, Internet, son medios para la modelización de los comportamientos, la sensibilidad, la percepción, la memoria, las relaciones sociales, sexuales, etc. Esta modelización de la subjetividad es inherente a la transformación de los sistemas productivos.
Utilizar compulsivamente estos dispositivos implica que, la mayoría de las veces sin conciencia explícita, exista un acuerdo con la política económica hegemónica que hace uso de esas tecnologías para fortalecer el control y estimular el consumo. Por el contrario la demora en su utilización produce una suspensión del tiempo que puede convertirse en un gesto político. Mientras todo el espacio circundante funciona a una velocidad determinada, posibilitar la demora implica dar lugar a la conciencia crítica.
2. Máquinas del tiempo
Viajar en avión constituye una experiencia en la que el cuerpo, empujado por la máquina, atraviesa con violencia el espacio y el tiempo. Un simulador de vuelo permite una suerte de versión abstracta en la que el territorio se convierte en una sucesión de gráficos vectoriales y la sensación se reduce a la decodificación de datos numéricos. Estos dos modos, físico y virtual, se han fundido en la actualidad siendo casi imposible disociarlos. Las “realidades virtuales” se han vuelto hiperrealistas y la experiencia cotidiana (y con ella las relaciones interpersonales) cada vez mas codificada.
El cambio de una lógica sucesiva a una simultánea es consecuencia de una aceleración que no es ya interna a las máquinas sino característica de los procesos informáticos. La velocidad de los cuerpos llega a su límite, para dar paso al fluir de la información. Esta nueva instancia modifica el registro de las experiencias, que además de ser vividas posibilitan el hecho de ser comunicadas en tiempo real.
Las pantallas, como las ventanas, permiten el acceso a información exterior, constituyendo el plano de conexión entre el sujeto y el mundo. Ese espacio al que accedemos abarca no sólo el mundo actual, sino todos los mundos experimentados ya y los futuros imaginados.
Una plataforma como youtube da cuenta de una capacidad inédita de registrar y archivar las imágenes que la sociedad contemporánea produce.
La experiencia del tiempo se enrarece: sentimos una cercanía inaudita entre lo sucesos actuales y los del pasado más remoto colapsando en el presente. El afán archivístico no es más que un intento desesperado por retener la experiencia; la contracara del avance tecnológico que podría arrasar con cualquier memoria histórica. Lo que aparece allí es puro sujeto demorando su desintegración.
Un recital de Charly García en 1982 emitido por televisión abierta, grabado en vhs, digitalizado y reproducido en youtube está tan aquí y ahora como la pantalla que lo hace visible. Pintar un fotograma de ese video implica intentar atraparlo, detener su proliferación. Transformar esa imagen en una pintura reintroduce la sensualidad, dándole un nuevo cuerpo a aquello que alguna vez fue ruido, calor, olor, textura. La máquina-pintura opera sobre la imagen-experiencia convirtiéndola en algo deforme, brutal, grotesco, carnal.
Un envoltorio plástico, una memoria ram, un dispositivo en desuso. Despojados de su utilidad y carentes de función, los residuos tecnológicos se nos ofrecen como otra naturaleza a ser leída. Reunir esta clase de objetos en una estantería (versión doméstica del exhibidor comercial) habilita el trazado genealógico, la mirada cautelosa que inventa una configuración en la que cada objeto adquiere una nueva posición. El estante funciona como el lugar donde los objetos de consumo se muestran a un público privado.
Pero es también una biblioteca, lo que transforma a cada objeto en un texto, y es un altar, lo que otorga a los objetos su lugar en un ritual sagrado. Cualquiera sea el caso, la obsolescencia del objeto es puesta en suspenso para introducir una atención adicional a su fugaz existencia. El ordenamiento de los elementos puede dar lugar a usos metafóricos, convirtiendo la función anterior del objeto en material simbólico que se suma a unas potencias formales. Una arquitectura construida con los despojos de la civilización actual, portando la memoria afectiva del desecho.
3. Mutaciones sensibles
La experiencia mediada por estas tecnologías genera una ampliación de las capacidades perceptivas de modo que, del tacto a la memoria, todo se extiende y multiplica. Funcionando como periféricos emocionales, nos hacen infinitamente sensibles y memoriosos, inteligentes y veloces. Pero también nos vuelven torpes e ineficaces, brutos, insensibles y desbordados.
Si nuestra sensibilidad y emociones se producen en la conjunción cotidiana con los dispositivos tecnológicos, y estos operan en la producción de subjetividad a nivel social, podríamos pensar en la existencia de un subconsciente colectivo emocional que tiene su existencia en las máquinas. Un ser técnico-emocional independiente de nuestro ser biológico-social.
Lo que se hace imperioso entonces es pensar de que manera pueden producirse procesos de singularización, de que modo atravesar la producción industrial de subjetividad. Una vía podría ser desmontar los automatismos técnicos, las respuestas inmediatas a los requerimientos de las máquinas. Otra, inventar nuevos modos de sociabilidad que permitan reintroducir valoraciones diferentes a las de los modelos de sociabilidad capitalísticos. Una tercera, producir una nueva suavidad, un tipo particular de sensibilidad que atraviese nuestro entorno maquínico.
Sin saberlo, alejados en el espacio y en el tiempo, nuestros hábitos y afectos hacen aparecer comunidades espontáneas que no provienen de un pasado común ni de semejanzas objetivas, sino de una participación conjunta de hombres, máquinas y animales. Estas comunidades, aún siendo provisorias, podrían generar lazos efectivos y producir transformaciones duraderas.
Agustín Fernández
Sol Ganim
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