Artista: Rosario Zorraquín
Título: Chifle
Curadora: Claudio Iglesias
Dónde: Sala 8, Centro Cultural Recoleta
Fechas: 11 al 30 de agosto 2015
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Quebrada y flash
Los cuadros tienen el sol de Madariaga, instrumentos para el transporte de sustancias como el chifle, los videos de Atahualpa tocando en una clave animalesca y española llena del polvo del Norte: un arpa paraguaya que forma acordes en una escalera, a medio camino del cielo y la montaña, un telón que se abre y tiene ojos. Un animal, un buitre, una luz mala o buena, un toro rayonista. Goncharova y Larionov se sacan fotos en Tilcara, con un burro atrás. Rosario está en DIA Foundation o en algún bosque canadiense, medio harta de su compañera de cuarto. Las cosas interesantes (y los cuadros son las cosas más interesantes que hay) suelen tener la trayectoria de un enigma. Cuando están cerca, se vuelven irreconocibles. El enigma de Rosario Zorraquín, porteña nacida en 1984, es un enigma americano y volátil: está en un viaje, en un divague. Fue con amigos al Sur y miraron las estrellas. En algún momento, las estrellas se le cruzaron. Y terminaron tocando la guitarra hasta tarde.
Ahí están los cuadros: muchos son entradas de diario, homenajes privados al berretín de pintar. Relatos de un metejón que se divide entre la tierra, la pezuña y la electricidad del color que atraviesa el ambiente, la sombra y el rubor. Zorraquín se tapa la cara para pintar y después se apoltrona en el cuarto de al lado, a dibujar. El cuadro se queda solo en su mambo espeso.
En un momento un lío de rayos salió del aerógrafo, como la rueda de un carro o un signo del sol, o una bandera. Parte de una búsqueda de alfabetos raros, letras, digresiones. Pero fueron creciendo, los rayos, como una duda; se fueron rodeando del blanco. Se encapricharon y encontraron una pareja de baile en otro divague: la aureola. Se organizaron un poco, llamaron al lápiz y formaron una grilla.
Los cuadros cambian, les salen ojeras. A veces brillos raros; a veces reflejan cosas en la pared. Hay días que ni hablan: tienen terrible mal humor, o desgano. Pero siempre cambian. No son la foto de ellos mismos. Son más como un famoso que va siempre a un bar a tomar el café con leche, sin maquillaje y sin peinar, el brillo pasado de la cama solar, el sudor del gimnasio. Un lugar en el que uno siempre está: como esas canas blancas tras los vidrios ahumados de Guillermo Coppola en el Rond Point.
Con paciencia desenvuelta, pinta mucho. Se organiza y se desorganiza, va y viene, pero con ganas. Fácil, y algo a medio hacer. Fácil y personal, por eso quiero terminar con un mensaje personal para la artista:
Rosario,
lo ambiguo me parece interesante. Las ideas vienen solas: en grupo se sienten mal. Cuidate mucho,
Claudio
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