Artistas: Liv Schulman, Andrés Aizicovich, Leopoldo Estol
Título: La menor resistencia
Dónde: Galería Nora Fisch
Fechas: 14 de agosto al 11 de septiembre 2015
Texto, galería de imágenes y links
Es una alegría acompañar con estas palabras, la primer exposición conjunta de Leopoldo Estol, Liv Schulman y Andrés Aizcovich desde que un día decidieran “tomar la palabra” y lanzar El Flasherito, una publicación en papel de tirada mensual de formato grande (tipo diario La Nación) que reúne textos de los tres artistas, más ocasionales invitados, que van de la crónica de exposiciones, a la crítica del medio artístico y al espacio literario.
Liv Schulman presenta un video en el que va a explorar su relación con el dinero, aprovechando un dinero de origen más o menos gratuito y la cifra redonda de mil dólares, que es el precio aspiracional de una obra de un artista joven (y también su techo), para liberarse o quedar atrapada en lo material del mundo. Leo y Andrés se acercan al mundo de los objetos (no pictóricos), con la participación estelar del espectador, pero recurriendo descaradamente a la alegoría de sistemas, de redes, de conexiones y de relaciones causales, donde sin embargo el espectador participante no compromete la desaparición del autor.
Liv es artista visual y escritora, trabaja en dibujo, escultura, performance, video, y publicaciones. En 2012 creó el ciclo Triple Frontera encuentros de lectura y música en el espacio intermedio entre la literatura, las artes visuales y la performance, quizás el caldo de cultivo propicio para el crecimiento de una idea como la de El Flasherito.
La obra que presenta se llama “La desaparición” y documenta la aventura personal de perder mil dólares a través del sucesivo cambio de moneda entre las tres naciones que confluyen en la triple frontera, la verdadera Argentina, el misterioso Paraguay y el grande Brasil. Para esto, Liv contó con el dinero de un premio de la Fundación Vairoletto, proyecto del artista Franco Vico, que fue, a su vez, oportunamente ganador del Premio Faena a las artes visuales. La Fundación Vairoletto, en la tradición de la critica institucional, propuso replicar el concurso de proyectos dividiendo el, quizás exagerado, premio de 25000 dólares, en numerosos premios menudos de 1000 dólares destinados a financiar proyectos de artistas de clase media a exponer en el (ahora democratizado), salón Molinos de Puerto Madero. Liv se dirige a cumplir un sueño, gastar su parte del botín en una excursión a la frontera tripartita. Su frío plan implicará vaivenes económicos y emocionales inesperados, narrados en primera persona, explotando su alta calidad de monologuista con la maravillosa dicción a la que nos tiene acostumbrados a quienes la seguimos.
Leopoldo Estol como artista visual siempre estuvo vinculado a la escritura y a la curaduría. Se destacó ampliamente como un agitador del medio siendo un claro referente para muchos artistas jóvenes. El circuito artístico tiende a pensar la juventud como un valor en sí, yo no creo esto, pero si pienso que Leo ha sido un singular explorador y promotor de lo joven del arte. Recuerdo en particular, en este sentido, su muestra La mañana del mundo en Ruth Benzacar (2008) dónde invitó a una multitud de artistas a colaborar en su trabajo en una mezcla entre curaduría, creación colectiva y fiesta de la antiestética noesiana (con cierta presencia latente de Fernanda Laguna) y el auspicio de la desaparecida red social Fotolog.
El trabajo que presenta es una guitarra con perillas conectada a una red de dispositivos que al ser activada por el espectador dispara diferentes acciones, sonidos, movimientos, agitaciones en los periféricos conectados y dispuestos alrededor. Los objetos cotidianos (de la vida y el arte) son animados fantásticamente en busca de la sorpresa: la chispa mágica del arte. “Me tiene que sorprender a mí mismo” seguramente diría Leo del objeto de su instalación.
Andrés Aizcovich es uno de los artistas que exploró, internet mediante, los confines del arte en los tiempos álgidos de su reproductibilidad electrónica. En las pinturas de Andrés Aizcovich suelen entremezclarse diferentes universos de la cultura industrial, objetos de culto pertenecientes a la serie Los Simpsons, a la tira Asterix, y elementos icónicos de la historia del arte (dónde no puede faltar la rueda duchampiana) dispuestos contradictoriamente en paisajes nevados (como los que rigen las presentaciones de la productora cinematográfica Universal), se constituyen escenarios anacrónicos entre un fondo de pantalla y un Doodle esquizoide. El objeto-instalación que presenta en esta ocasión es un circuito con un mecanismo que debe ser accionado por el espectador soberano. Se trata de un orden de objetos que alguien muy moderno podría encontrar obsoletos: un pedal de bombo de Batería que al ser pisado tira de una una cuerda que acciona un fuelle, que insufla aire a una manguera plástica que es sostenida por una mano de madera articulada (de aquellas que se utilizan en la práctica y estudio del dibujo profesionalizante) que desemboca en un molinete, que utiliza la fuerza producida por el sistema para hacer girar un globo terráqueo, (aquél silencioso interlocutor de Mafalda en sus soliloquios de política internacional). El orden progresivo de los elementos dispuestos en tres niveles de un mueble prolijamente construido hace pensar en la ciencia. Las utilidades originales de estos dispositivos han sido con el tiempo, suplantadas en mayor o menor medida por recursos de cálculo digital; esto los diferencia a mí entender de los objetos cotidianos habituales en el arte de instalación. Hay una densidad antropológica y cultural en estos elementos que nos desvían de la tautología a la arqueología, y esto es, en mi opinión, el interés mayor del trabajo. ¿Hacia una historia de los objetos?
En los tres trabajos está presente la fuerza de las pequeñas acciones materiales sobre el mundo, como la insistencia en el soporte de papel y la venta performática de El Flasherito, que son acciones de una sutil resistencia.
Pablo Rosales, agosto 2015
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Leopoldo Estol
Galería Nora Fisch