Artistas: Amadeo Azar
Título: La tormenta que imaginamos
Dónde: Galería Nora Fisch
Fechas: 18 de septiembre al 30 de octubre 2015
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Textos
En su tercera muestra individual en la galería, Azar continúa explorando los lenguajes visuales del modernismo temprano y de mediados del siglo XX, en tanto éstos encarnaron una visión utópica y esperanzada, una narrativa acerca de la construcción de lo social que se expresó a través de lenguajes formales abstractos. Toma iconografías y tropos de estos lenguajes visuales y los transforma a través del medio de la acuarela. La elección de esta técnica no es arbitraria. Con sus cualidades de transparencia y vulnerabilidad la acuarela como medio reverbera de nostalgia y fragilidad. Nada monumental, clamoroso y definitivo será construido o pintado con acuarela. En la elección de esta técnica reside lo contemporáneo del gesto pictórico de Azar: mirar las grandes narrativas del modernismo destinadas a cambiar el mundo desde la fragilidad de la acuarela. Una reflexión sobre utopía-distopía.
En las obras que presenta en esta muestra Azar se aleja temporariamente de la iconografía de la arquitectura que caracterizó su producción de los últimos tres años y utiliza como referencias esculturas de maestros Madí y constructivistas europeos.
Aparece además una nueva exploración de los límites de las técnicas visuales. Azar parte de reproducciones —a veces granulosas y poco definidas— de esculturas tomadas de catálogos y libros, las pinta en acuarela, fotografía estas pinturas y luego las imprime en negativo sobre el mismo papel Arches utilizado para las acuarelas originales. Arma luego polípticos donde conviven pinturas y fotografías travestidas de acuarela. En este pasaje de un medio a otro y su regreso al medio original, las imágenes adquieren nuevas cualidades desconcertantes, que desde lo metáforico y formal articulan las reflexiones de Azar sobre la historia.
Sobre la obra de Amadeo Azar
Por Alejandra Aguado
¿Qué pasa cuando un artista pinta en acuarela la modernidad? ¿Pueden las formas del arte moderno inventarse otra vez, o descubrirse como si hubieran pasado siglos olvidadas y perdidas para deslumbrar con aliento renovado? ¿Cómo puede volverse a ellas libre de vicios? ¿O volverlas tema sin hacer revisionismo, sin ahondar en el fracaso del gran proyecto moderno y de la revolución? ¿Sin caer en un conceptualismo que se pretenda superador? Sumergido en su taller, Amadeo Azar emprende una aventura infinita hacia lo profundo de su interés por las formas de la modernidad guiado por el encantamiento romántico y puntilloso con el que se entrega a su trabajo de artista, fundamentalmente de pintor. De su combinación aparentemente incompatible de tema y método, resulta un trabajo conmovedor en el que las formas supuestamente anónimas y prácticas, neutras y absolutas de la modernidad se despliegan en imágenes donde la naturaleza de la acuarela -veloz, difusa y transparente- las carga de ánimo y hace visibles en una atmósfera de gran intimidad.
Si a partir del camino abierto por la abstracción el artista moderno intensifica su búsqueda por obras que signifiquen la pura invención y, por ende, la pura verdad, el trabajo de Azar retoma, a través de ellas, el camino de la ilusión y la referencialidad. Sus pinturas de esculturas de Naum Gabo, Enio Iommi, Gyula Kosice, de obras de Raúl Lozza, son imágenes de imágenes. Lo que presentan no son ya el movimiento, el volumen o el color irrumpiendo en el espacio, sino radiografías exquisitas que traen a la vista algo para su reconocimiento.
Con estos estudios, Azar penetra no sólo en la intimidad de una obra sino también en el proceso de invención de quien la creó, hace de la pieza observada un retrato psicológico, la recorre y reproduce para entender, desde el hacer, su forma, sus brillos, sus líneas, sus volúmenes, sus quiebres; para representarla en toda su materialidad y, por qué no, en su espiritualidad. Fantasmales, las pinturas -algunas incluso fotografiadas e impresas sobre el mismo tipo de papel sobre el que él pinta- parecen eternizar su luminosidad, aunque en composiciones más oscuras.
En el otro extremo de esta serie de trabajos, que se reproducen como espejismos, Azar parece probar la modernidad por sí mismo. Aunque con toda la carga del siglo pasado en sus manos y en sus ojos de artista, perdido en el ensimismamiento en el que se entrega a pintar, algunos de sus papeles buscan conquistar como se hizo antaño el plano puro de pintura como habiendo llegado otra vez al punto en que la materia exige no ser más que ella misma. Silenciosas, se asocian a estas imágenes casi fotográficas de obras reconocidas, papeles donde la acuarela logra plenos audaces en que sólo ella se hace escuchar. Crujiendo sobre el papel, sin embargo, no hay en ellos exclusiva precisión, uniformidad y pureza de color; por el contrario, es imposible no sentir en ellos la evocación de la niebla, o de una bruma de paisaje romántico o renacentista. Si por un lado estos plenos intensifican la relación con las fuentes que inspiran el trabajo de Azar, y se alinean con ellas, por otro, parecen defender el valor de lo inacabado, difuso, sugerente y abierto frente a la obra concluida y perfecta.
Una serie de esculturas -piezas que recuerdan los primeros trabajos constructivistas de Vladimir Tatlin que combinan planos y volúmenes de materiales diversos-, también se animan a probar estos momentos iniciáticos de las vanguardias. Combinando libros, recortes de diarios, partes de yeso, restos de papeles pintados, Azar arma volúmenes en los que incluso la pintura se integra al espacio, poniéndola nuevamente a prueba. Continuando con el principio del arte abstracto de ser fiel a los materiales, estas piezas integran al trabajo el flujo de lo que rodea al artista en su taller y tal vez buscan compartir, en el acto de su descubrimiento y composición, algo del júbilo inventivo que los guiaba.
Si la modernidad pretendía redefinir la sensibilidad colectiva, la obra de Azar renueva nuestra sensibilidad hacia ella. En el tratamiento personal, íntimo y minucioso que da a este proyecto que se cantó concreto y puro, lo homenajea andando sobre sus propios pasos con silencio y más de su propia y única delicadeza.
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Amadeo Azar
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