Artistas: Manuel Aja Espil, Marina Alessio, Nepheli Barbas, Ariela Bergman, Azul De Monte, Alfredo Dufour, Martín Fernandez, Denise Groesman, Juan Gugger, Julio Hilger, Tamara Kuselman, Damián Linossi, Inés Marcó, Roswitha Maul, Alejandro Montaldo, Nicolás Pontón, Agustina Quiles, Lucas Sargentelli, Mario Scorzelli, Francisco Rigozzi, Francisco Vazquez Murillo
Invitados especiales a los proyectos curatoriales: Andrés Aizicovich, Beto Alvarez, Diego Fontanet, Santiago García Navarro, Natalia Labaké, Valeria Maggi, Alexis Minkiewicz, Mariana Pellejero
Título: La cosa soy yo
Curadores: Mathilde Ayoub, Luciana Berneri, Javier Pelacoff, Agustina Pérez Rial
Dónde: Universidad Torcuato Di Tella / UTDT
Fechas: 30 de noviembre al 10 de diciembre de 2016
Fecha #1: 30 de noviembre y 3 de diciembre
Artistas: Nepheli Barbas, Ariela Bergman, Azul De Monte, Alfredo Dufour, Martín Fernandez, Julio Hilger, Tamara Kuselman, Damián Linossi, Roswitha Maul, Alejandro Montaldo, Nicolás Pontón, Francisco Rigozzi, Mario Scorzelli y Francisco Vazquez Murillo
Proyecto curatorial «La mesa somos todos»: Mathilde Ayoub
Galería de imágenes
Fecha #2: 7 y 10 de diciembre
Artistas: Manuel Aja Espil, Marina Alessio, Alfredo Dufour, Denise Groesman, Juan Gugger, Julio Hilger, Tamara Kuselman, Inés Marcó, Alejandro Montaldo, Nicolás Pontón, Agustina Quiles, Lucas Sargentelli, Mario Scorzelli y Francisco Vázquez Murillo
Invitados especiales a proyectos curatoriales: Andrés Aizicovich, Beto Alvarez, Diego Fontanet, Santiago García Navarro, Natalia Labaké, Valeria Maggi, Alexis Minkiewicz, Mariana Pellejero
Proyectos curatoriales: Mathilde Ayoub, Luciana Berneri, Javier Pelacoff, Agustina Pérez Rial
Galería de imágenes
Proyectos Curatoriales
Título: Sociedad Danubio
Artistas: Marina Alessio, Alfredo Dufour, Santiago García Navarro, Tamara Kuselman, Natalia Labaké, Alejandro Montaldo, Nicolás Pontón, Mario Scorzelli, Francisco Vázquez Murillo
Curadora: Agustina Pérez Rial
Texto y galería de imágenes
Un signo prolifera, y en su multiplicación gana nuevas formas. Un río, un vidrio, un faro, una pancarta emergen desde la oscuridad. Alguien escribe una frase y huye. Las proclamas políticas se confunden con los manifiestos artísticos, quien escucha, un espía -o varios-, no discierne y transcribe ciego un lenguaje que le es ajeno. Entremedio: esquirlas, hojas y rastros de un sentido que se escapa. La ciudad y el Festival, lo banal y espectacular. Los procesos de enunciación de una memoria se mezclan con la potencia de las ficciones para activar los indicios del pasado. Un documento que permaneció «secreto y confidencial» durante años, es obsesivamente leído y en esas lecturas nuevos sentidos se activan.
Título: El escribiente
Artistas: Marina Alessio, Valeria Maggi
Curadora: Luciana Berneri
Texto y galería de imágenes
Alessio es escritora y artista visual. Desde el arte trabaja nociones de la literatura transformándolas en materia para su obra.
Alessio también dirige una galería de arte contemporáneo y es la galerista de Maggi.
Alessio no es pintora. O al menos nunca antes lo había sido.
Maggi es pintora. Trabaja la abstracción desde una pintura gestual.
Maggi es parte del staff de la galería de Alessio.
Maggi no es artista conceptual. O al menos nunca antes lo había sido.
En «El Escribiente» Alessio y Maggi cuestionan los roles establecidos dentro del circuito del arte desplazándolos de lugar como en un juego de ajedrez. Utilizando el dictado, concepto de la escritura, crean pinturas en las que, a través de ese mismo dictado, como en la traducción literaria, se pierden partes del origen y se ganan otras a través del error.
Tomando las decisiones pero sin tocar un pincel, Maggi le dicta las pinturas a Alessio, usando a su propia galerista como herramienta para crear una imagen visual, una pintura: una obra de arte pero también el objeto de mayor circulación en el mercado.
El resultado son cinco pinturas que se ven como si hubieran sido pintadas por Maggi -nadie que conozca la obra personal de Maggi dudaría de su autoría- pero que, -sólo por la especificidad del error y no por la especificidad del gesto- nunca podrían haber sido pintadas por ella.
En la pintura gestual lo importante es lo propio del gesto. ¿Pero qué hay de propio si el gesto puede ser dictado? ¿Qué es lo que constituye la naturaleza del autor? ¿Hay algún tipo de obra entonces que sea más que la toma racional de decisiones?
Título: Ahí va mi sangre
Artistas: Beto Álvarez, andrés Aizicovich, Diego Fontanet, Julio Hilger,Alexis Minkiewicz, Mariana Pellejero
Curador: Javier Pelacoff
Texto y galería de imágenes
Suponemos que las obras transitan por nuestras vidas, cuando tal vez debamos hablar de nuestro transitar por la vida de las obras. Así es como terminamos intentando agruparlas en segmentos a los cuales llamamos «décadas». Más o menos infames, más o menos perdidas o recuperadas, lo cierto es que solemos referirnos a, por ejemplo, «los ochentas» o «los noventas» como si semejante síntesis expresiva pudiera ser transparente (y como si tal transparencia pudiese existir). Tal vez porque tratar a las obras como «propias de su tiempo», como «testimonios de época» -e incluso como «documentos»- nos ayuda en el fatídico intento de evitar la confrontación con lo inevitable: a medida que ella transcurre, cada vez más nuestra época -se parta en décadas o treintenas- deja de ser «la nuestra» y, en ese sentido, las obras pasan más a dar testimonio de nuestro envejecimiento y declinación que a dar cuenta de su hipotética vigencia o caducidad.
En contraposición, allí donde el relevamiento de la dinámica de espacios, nombres y lugares ayuda a delimitar períodos y plantear discontinuidades, Ahí va mi sangre subraya las líneas de continuidad conceptual entre propuestas estéticas muy diferentes. La precariedad, la fragilidad, el desamparo y la finitud aparecen como una preocupación transversal a una diversidad de planteos formales, en la cual convergen diferentes elecciones de medios, soportes y materiales. En ese sentido, el espacio expositivo acentúa la clave interpretativa adicional de dichas preocupaciones en términos de las coordenadas «pertenencia/exclusión»: tal como viene ocurriendo en las últimas bienales, la caída en desgracia de unos se vuelve el objeto de apreciación estetizante de otros. Pero esta observación también es reversible: la protección y seguridad que nos sitúan del lado de «adentro», de los protegidos y favorecidos, hacen de ellas una suerte de «encierro a cielo abierto»: La alteridad radical se encuentra más negada en el momento en que más se habla de ella…
En el extremo de esta dialéctica entre negación y reconocimiento, las inscripciones anónimas de las esperas, de los tiempos «muertos» de quienes no hacen más que pasar por la vida sin dejar marcas, convertidas en monocopias por Mariana Pellejero en su Proyecto Yrigoyen, dan testimonio del modo en que dichas vidas están ya marcadas por la premura y la muerte. El mismo carácter perentorio es el que constituye el tema de la serie Refugees Wellcome de Diego Fontanet. Por su parte, los deseos y fantasías de fuga de la situación imperante sugieren o bien una alegoría introspectiva sobre ascensos y descensos en clave de sobreposiciones, autosuperaciones y recaídas, aún con el riesgo del autoengaño, tal como lo trabaja Beto Alvarez en sus escaleras y armas, o bien convoca a reparar en la lógica sacrificial que funda todo orden social, con la consiguiente producción sistemática de víctimas, al estilo de cómo Alexis Minkiewicz lo plantea a través de los aspectos más inquietantes de las vicisitudes del cuerpo y la materia: la inhumanidad de lo humano, la omnipresencia de lo abyecto, la carne y la sangre como sustrato de la historia cultural. La finitud y la imperfección de la humanidad ante la mirada divina constituye la referencia bíblica de la que se vale Andrés Aizicovich en Salmo 90 para practicar una apropiación que plantea el recorrido cultural de la denuncia política devenida en iconicidad mainstream, en sintonía con la alusión a las palabars de Cristo de Ahí va mi Sangre, pieza de Diego Fontanet de 1990 que le da título a la exposición. Por su parte, la asociación entre ritualidad y soportabilidad social trabajada sobre las formas de altares y memoriales, tal como lo hace Julio Hilger, constituye una interpelación acerca del carácter efímero de las creencias y el lazo social.
Pero constituiría un gran error interpretar este recorrido como si se tratara de una renovación de cierto «arte político». Podríamos, en todo caso, reconocer la «politicidad» subyacente a los problemas que aborda. Será cuestión de ver entonces su capacidad de interpelar más allá, o más acá, de los mundos del arte.
Fotos Bruno Dubner