Un color que no existe todavía. Delfina Bourse

Artista: Delfina Bourse
Título: Un color que no existe todavía
Dónde: Galería Palatina
Fechas: 21 de marzo al 25 de abril 2018

Texto, galería de imágenes y links

Fuego en la orilla

…El hecho de ser pasado, de no existir más está en el origen de un trabajo intenso en el seno de las cosas…tales como ellas son en el instante en el que ya no son más…Y la fuerza que trabaja en el interior (de ellas) es la dialéctica. La dialéctica las excava, las revoluciona, las trastoca, de tal suerte que la capa superficial deviene la capa profunda…Quien intenta acercarse a su propio pasado enterrado debe hacer como un hombre que excava…Sin duda alguna es útil, durante la excavación, actuar teniendo en cuenta los planos. Pero resulta también indispensable el golpe de rastrillo precavido y de tanteo en el oscuro reino de la tierra. Y se frustra como el que más quien hace solamente el inventario de los objetos descubiertos y no es capaz de mostrar en el suelo actual el lugar donde el más antiguo se había conservado.

Walter Benjamin, citado y editado por Georges Didi-Huberman (2000)

Todas las imágenes que nos interesan son pendulares. Oscilan entre dos estados en los que presente y pasado se fusionan en una fulguración. El instante como un relámpago y el pasado como latencia o fósil, suspendidos en un centelleo. Respirar es de dos tiempos y nuestra vida se inicia con una inhalación y termina con una exhalación. Nuestra vida es ese intervalo. El mar se expande y se contrae en sus mareas, luego de la pleamar sigue la bajamar y así se suceden estos dos momentos infinitamente. Si alguna vez caminaste por la playa en ese interludio de oleajes habrás visto lo que ese vaivén nos deja como residuo o como regalo.
Delfina pone cuerpo y mente a disposición para crear y pensar la pintura como un movimiento dialéctico. Es ejecutora y también testigo de la fuerza. Esa temporalidad de doble faz tendrá ciclos de adiciones y tiempo de restos. De suavidad y de desgarros. Temblor y quietud.

El taller de Bourse es el de una espigadora que camina en círculos por las orillas de un paisaje. Atesora lo que otro vería como deshecho. Observa como latencia los restos que han sido dejados de lado. Su espacio es un ecosistema en sí mismo, hábitat idóneo para algunas criaturas. Un ambiente apto para las asociaciones entre individuos de especies diferentes que establecen relaciones y equilibrios inestables entre la competencia y el mutualismo. Para recrearnos todo crece y todas las cosas saben. Una bolsa de plástico convive con una paleta cargada de pintura blanca, sólo blanca. Cajas y cajas con virutas de colores encimadas esperan su momento sobre un lienzo raído. Potes de acrílico dejan su marca circular en algún viejo catálogo. Una mesa que es la suma de dos mesas ha soportado todo el trabajo horizontal y ahora tiene un libro de poemas abierto en la página 15. Un panel subraya las ausencias al registrar los bordes de sus pinturas y compone una geometría chorreante de ventanas al vacío.

En un rincón del alfeizar del taller un cactus agónico desprendió algunos esquejes que encontraron un nuevo sustrato de crecimiento en el suave polvo que se fue depositando allí. Restos volátiles del trabajo, de las excavaciones con la gubia y el pincel, de los lijados arqueológicos interminables.
Alguna vez escribí que excavar es simultáneamente levantar un montículo semejante, que en el ir y venir de la herramienta, siempre acepta una pérdida.

Así que excavar es reversible. Imaginemos la forma de un diávolo para pensar ese doble gesto; esta muestra nos sitúa en su intersección. Y desde esta privilegiada ubicación podemos ver que las obras hoy expuestas son extracto de una operación compleja, salen a la luz como resultado de una selección de estas criaturas que han vivido en ese ecosistema y que por tanto portan la información de ese cosmos autosustentable. Un mundo orgánico del orden del fuego seco y de la chispa.

En esta muestra la artista genera un contrapunto de poéticas que se enriquecen mutuamente usando técnicas clásicas como la xilografía y el taco perdido, además de la siempre soberana pintura, pero en clave personal y tensando los límites de las especificidades.

A través de superposiciones acumulativas de capas de pintura reinterpreta el soporte pictórico, examinando su cualidades y convirtiéndolo en una nueva epidermis densa, palpitante, territorio apto para recibir la estela de una respiración. Oculta y revela simultáneamente al herir esa superficie develando su estratigrafía, convirtiéndola en un volumen que pueda ser labrado. Intuimos una intensidad corporal enorme pero observada inscripta en sus obras.
Telas que son una urdimbre que abriga y replica sus tejidos en pintura. Pintura sobre tela, sobre tela. Incisiones como recorridos en círculos de quien se ha perdido en la espesura del bosque. Esgrafiados semejantes a vestigios de mil pájaros en la arena.

Ante sus grabados nuestros ojos vibran al reconocer la exposición negativa. Fuera de registro, lleno por vacío, huellas digitales o laberinto de identidades radiales y nuevamente la enramada como imagen primordial. Invertida la ecuación visual que acostumbra a organizar el espacio con lo oscuro delante y lo luminoso detrás, percibimos la extrañeza óptica y aparecen trazados de luz o centellas.
En esta hoguera arden nieve y fuego.

Mientras escribo esto observo con el rabillo del ojo como una cortadera ha crecido en un lugar ajeno y extraño de la ciudad y vive esplendorosa como una llamarada allí sobre el muro. El viento la mece suavemente y le extiende los cabellos dorados que se abren y cierran para recrearme.
Todo crece y todas las cosas saben.

Silvia Gurfein, marzo de 2018

Galería de imágenes

Links:
Delfina Bourse
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