Un desastre manifiesto. Elisa O’Farrell

Artista: Elisa O’Farrell
Título: Un desastre manifiesto
Dónde: Atocha en Laboratorio de Festival
Fechas: 24 de julio al 14 de agosto 2019

Texto, galerías de imágenes y links

ATOCHA y Laboratorio de Festival se complacen en presentar “Un desastre manifiesto”, una muestra de Elisa O´Farrell que integra en sala una serie de 40 aguatintas realizadas a partir de imágenes de noticias de catástrofes de viviendas ocurridas durante el transcurso del 2018 y 2019.

Nuestra propia fábula

El lugar donde se realiza la muestra es poco común. Festival es un bar de Palermo Hollywood en el que al entrar nadie esperaría encontrar una muestra de arte. Pero, pasando un patio y una primera barra con gente que toma tragos, aparece una escalera tímida que nos lleva a un galpón remixado en sala. Es un espacio amplio y atractivo para muestras espaciales pero bastante complicado para obras tradicionales que suelen necesitar pared y luz bien pareja. Mucho más si se trata de obras pequeñas y con técnicas minuciosas como las que presenta Elisa O’Farrell.

Cuando entramos al galpón nos encontramos con una inmensa forma que flota. Es algo así como un techo a dos aguas de una casita, pero también es un tablero de dibujo o una especie de vitrina de madera suspendida en el aire. Sobre ella hay aguatintas exhibidas como si fueran tejas aleatorias de ese extraño techo. Hay entonces una primera lectura inquietante en esa extrañeza colgante. La luz acompaña porque se concentra ahí en el medio, dejando el resto del lugar en penurias. En la pared se reflejan las luces que impactan sobre el acrílico de los paneles creando estelas difusas como si se tratara de una superficie líquida. En efecto, todo en ese espacio, flota.

Cuando nos acercamos empezamos a sumergirnos dentro de esos grabados. Las imágenes son acromáticas, plagadas de grises granulados y suavemente segmentados como es propio de la aguatinta. Encontramos una tras otra una secuencia de catástrofes: Casas incendiadas, techos volados, derrumbes, rayos fulminantes, carteles gigantes que caen, inundaciones; espacios muertos y deshabitados. En todas las imágenes no aparece una sola persona. Todo es una sucesión de escenas agobiantes, desesperadas y a veces aterradoras.

En la obra de Elisa desde hace mucho encontramos estas escenas o espacios sin gente. Las personas aparecen cada tanto como espectros o en palabras que dan testimonio de eso que subyace detrás de los objetos. Sin embargo, nunca habitan estos espacios y eso le otorga a las imágenes una cualidad escultórica o, más bien, de monumento. Las formas que crea Elisa conmemoran un modo o un deseo de habitar plenamente emocional e histórico pero que fue desgarrado por la realidad.

En este punto nos enteramos algunas pistas que Elisa nos cuenta en pocas palabras. Otra vez como reflejos, sobre una de las paredes, aparecen proyectadas frases que ponen voz a esas personas ausentes: “Llegué a mi casa y no había nada”, “No aguanté y me tiré al vacío”, “Me salvé de milagro pero perdimos todo”. Las imágenes de los grabados provienen de noticias que Elisa encuentra en internet o en periódicos. Los motivos de los desastres son diversos: Muestran la manifestación del azar, de la naturaleza violentada que se despierta rebelde o, en algunos casos, también de la desidia.

Al valerse de estas imágenes periodísticas Elisa establece relaciones entre hechos inconexos y construye un nuevo relato. Con una estructura bastante cinematográfica los grabados también parecen fotogramas de un filme que fue descuartizado por una catástrofe. Incluso las frases parecen subtítulos que flotan en ese limbo. El clima sórdido, que se genera por esta acumulación de sufrimientos anónimos, evoca un desastre mucho más profundo que el de los hechos aislados.

Particularmente el trabajo de resignificación que logra Elisa está centrado en un arduo manejo de la luz a partir de la Aguatinta. Esta técnica, bien sabemos, requiere mucha precisión y tiempo. Por eso, la rigurosidad puede poner en peligro la imagen volviéndola fría o rígida. Pero justamente aquí, luego de otras series de grabados, las obras han alcanzado su máxima potencia. Especialmente es interesante la variedad de modos que Elisa propone para construir el espacio mediante contrastes de luz. Hay algunas imágenes muy simples, casi planas o en contraluz, y otras muy complejas en las que la luz se transforma desde la penumbra del fondo hasta un primer plano tenue. Todo esto, claro, más allá de cualquier formalismo es lo que construye la identidad de la obra, le otorga drama, organiza el relato y nos atrapa como espectadores.

Entre las múltiples evocaciones que me despierta la muestra, hay una que me atrapó desde el principio. Es ingenua, ya sé. Pero se arraigó muy fuerte en mí tal vez por referir a una fábula de la infancia. Sobre la pared, una de las frases proyectadas dice: “Hacés cimientos sólidos para que el lobo no te vuele la casa.”
En la historia del lobo y los tres chanchitos se repite siempre el mismo acto: El lobo, malvado, sopla, sopla y sopla hasta que derriba las casas débiles; los chanchitos corren, el lobo insiste. En la muestra de Elisa el lobo tiene varias caras. Incluso sin saber el origen de las imágenes podemos entender mucho de lo que allí sucede. Como antes dije: hay lobos del azar, lobos de un planeta violentado y también hay lobos de la desidia. Sin embargo, a diferencia del cuento, en esta fábula el lobo siempre gana. No importa si la casa está hecha de chapa, de madera o de cemento, el lobo siempre gana.

Hoy vivimos asediados por muchos males. La idea de un posible fin de la civilización está siempre presente como un espíritu oscuro. El cambio climático, el fin de los recursos naturales o el capitalismo extremo son situaciones muy concretas pero que decidimos no mirar. Seguimos viviendo como si nada ocurriera, pensando en nuestro mundito mientras confiamos en que alguien más resolverá esos contratiempos. De a poco ese espacio de sentido individual nos empequeñece y se expresa en el paisaje que vemos: Lo público se enreja, lo viejo se pone en valor, el tiempo se reglamenta y se vigila con cuidado. El futuro se dibuja con muchas luces de led y trenes elevados que tapan el cielo. Todo ese cemento intenta contener un mundo que inevitablemente se derrumba.

Volviendo a la fábula me pregunto, entonces, si el problema está en la casa, en el material y todo eso. O si el tema está en la gente que pierde lo propio y se le va la vida en ese duelo. Que construye su sentido en una estructura con techo que ya sabemos tan endeble. Pienso, también, en el primer chanchito que según Disney era un poco vago, aunque nosotros sabemos que le gustaba vivir y disfrutar la vida. Y, por sobre todo, me pregunto si al final los chanchitos vencen al mal por tener una casa de ladrillos reforzados o lo hacen por unir sus fuerzas generosamente y ser tres, contra el lobo.

Por Santiago Iturralde
Buenos Aires. Julio de 2019

Galería de imágenes

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Elisa O’Farrell
Atocha
Laboratorio de Festival

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