Zona Sur. Alfredo Srur

Alfredo Srur - Zona Sur

Artista: Alfredo Srur
Dónde: 
Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
Título: 
Zona Sur
Fechas:
Diciembre 2014

Alfredo Srur - Zona Sur

Alfredo Srur - Zona Sur - Vista de instalación 02

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Textos

Zona Sur

Alfredo Srur cuenta que tiene un recorrido casi fijo y bastante amplio. Va de Constitución a Barracas -la zona de los hospitales, el Borda, el Moyano, el Muñiz- y la cancha de Huracán, la calle Miravé y Australia, los alrededores de la Villa 21. Lo empezó a transitar en 2009 y sigue haciéndolo. Es un recorrido compulsivo, dice, y parece preocupado: “Es un vicio de pasar y mirar”. Mirarlos es una atracción enfermiza, repite. Una fascinación oscura con una situación psicológica: mirar hasta volverse loco, estacionarse en una esquina y adivinar lo que se mueve bajo la frazada, plantarse frente a la travesti que parece dormida o muerta en la puerta del hotel, mirar aquello que exige pudor, que obliga a los demás a apartar los ojos.

En ese recorrido obsesivo y doloroso, Alfredo Srur hace retratos. También hace paisajes, pero sobre todo retratos. Los hace con una cámara antigua, una Rolleicord de 1955 que compró en una galería de la calle Corrientes. De noche usa 1600 asas y después el revelado es largo y complejo. Pero le gusta que sea difícil, que todo sea difícil: cargar con la cámara, elegir no usar el trípode, no usar digital, arriesgarse a que en el revelado la imagen no sea la que vio esa noche, esa tarde, esa madrugada.

Lo que vemos, lo que Alfredo Srur retrató, es apenas un 5% de lo que vio en la calle. La mayoría de las personas que quiso retratar le dijo que no. Todos los retratados recibieron una remuneración económica por posar pero muchos, aunque ese dinero les hubiera venido bien, se negaron. Hay algo abusivo en el retrato de una persona en inferioridad de condiciones, dice. Ese problema ético está en cada una de estas fotos cruzadas por el abuso: los cuerpos gastados, las adicciones, la venta de sexo, la errancia, el vagabundeo, el desamparo y al mismo tiempo la hermosura de esa mujer morena en la calle detrás de la cancha de Huracán con sus ojos enormes y sinceros, la ingenuidad de la travesti de Suárez y Carrillo que posó durante horas perdiendo despreocupadamente a sus clientes camioneros, la desesperación de la adolescente luminosa que sólo dijo ser de Ensenada y haber escapado de un instituto después de que sus padres se prendieron fuego mutuamente, y se murieron.

Alfredo Srur dice que a veces no quiere saber más, no quiere escuchar más historias, pero otras recorre las calles y ve a alguien y le ve en los ojos una luz (o una sombra) que viene de un país desconocido, que sabe cosas imposibles, y entonces no puede parar. También dice que quizá sea su último ensayo fotográfico. Lo empezó al mismo tiempo que construyó desde los cimientos su propia casa en La Boca. Estos paisajes son su esquina; estos hombres y estas mujeres, sus vecinos. Y, al mismo tiempo, no los conoce. Con frecuencia desaparecen de un día para otro y nunca más sus presencias fantasmales deambulan por las calles del sur. Fotografiarlos es retenerlos, tratar de entenderlos, saber que la empatía es posible hasta un punto, hasta que se rompe. Y escucharlos, a veces. La mujer embarazada que le dice que no es un feto lo que lleva en el vientre, sino un quiste. La hermosa chica que fuma base y habla de su adolescencia en Chivilcoy, el padre que mató a la madre electrocutándola con los cables del lavarropas y después la adopción y el abuso y esta huida y este presente.

Muchos llevan bolsas. Bolsas de basura, bolsas de plástico de supermercado, bolsas de compra, bolsas de arpillera. Alguno carga una bolsa y parece un obrero de la construcción pero no lo es, o al menos cuando Alfredo Srur lo fotografió no estaba caminando cerca de ninguna obra, estaba sencillamente ahí en una calle gris de invierno con su pullover roto, los árboles pelados detrás, los edificios en el horizonte y una historia misteriosa que no quiso contar. A veces la luz inunda las calles del suburbio, completamente vacías de noche, las fábricas cerradas o abandonadas. Por estos barrios nadie se baja de los colectivos, los remiseros pasan con el semáforo en rojo porque tienen miedo, los taxistas hablan de chicos paqueros que se esconden detrás de paredones y si uno para, salen corriendo, atacan. Pero las historias suenan a fantasmagorías: en este oscuro límite, en este sur donde la ciudad se termina -donde la ciudad se muere-, a veces las calles están tan vacías que no se escuchan ni pasos lejanos, ni siquiera el tren.

Alguien vive en estas calles. Una monja, una travesti con las cejas depiladas, la chica del pantalón blanco que dice adiós y no aparece nunca más. Viven cerca de los paredones y los escalones húmedos de los parques y caminan entre las manchas de agua y aceite que bajo la luz de la luna parecen rastros de sangre. A veces se dejan ver y fotografiar; a veces incluso sonríen.

En la mitología romana, al espíritu protector de un lugar determinado se lo llama genius loci. El término se sigue usando, pero hoy designa al espíritu de un lugar, a la sensación que ese lugar produce. Y más todavía: es el estigma de un lugar, su condena. Los lugares están obligados a replicar y repetir ese espíritu en el tiempo y nada puede cambiarlo. Constitución, Barracas, Pompeya, sus alrededores: el lugar de la estación, el lugar de paso, el lugar donde nadie se queda pero también el límite. Entre la salud y la enfermedad, entre la sanidad y la cordura, entre la ciudad y el conurbano, entre la vida y la muerte. En ese borde, sobre ese filo, caminan los que viven en esta zona sur, esta zona invisible de la ciudad, un tajo que ya no es herida, es cicatriz plateada, por lo general opaca pero brillante bajo cierta luna, bajo cierta luz.

Mariana Enríquez
Septiembre 2013

Hace más que 10 años que vivo en Zona Sur.
Entre Barracas y La Boca.

Soy un inmigrante interno. Elegí partir en búsqueda de nuevos rumbos. Abandonar las calles de mi infancia; mis queridos amigos; los recuerdos de mis primeros amores.

Las primeras veces que recorrí Constitución, la calle Ramón Carrillo que bordea el Neuropsiquiátrico Borda y el Moyano, la calle Mirave detrás de la cancha de Huracán, Amancio Alcorta, Iriarte que atraviesa la villa 21 se transforma en Avenida Perito Moreno y atraviesa la villa 1-11-14; no lo podía creer. No comprendía el porqué del abandono arquitectónico y humano de esta zona de la Capital.

Miraba las personas y los paisajes. Admiraba la fortaleza de quién debe vencer gigantescos obstáculos psicológicos para levantarse cada mañana y seguir. Sabiendo que a nadie le importa, que está enfermo o adicto, que va a padecer la injusticia gran parte de su vida, que por el simple hecho de haber nacido no sé en donde, todo iba a ser más difícil. Estaba sorprendido por la otra escala, por el pensamiento ajeno.

Me llevó 10 años, de mirar y no poder fotografiar, hasta que pude empezar este trabajo. Que intenta dejar un registro muy personal y obsesivo de una energía difícil, olvidada, intensa, a veces incontrolable. Utilicé una cámara del año 1955, sentía que un objeto de ese época iba a entender mejor este territorio, traté de rendirle tributo a mi oficio de fotógrafo y a los olvidados de siempre.
También a mi infancia, mi barrio y mis amigos.

Retratados en Zona Sur: Constitución, Pompeya, Parque Patricios, Barracas y La Boca.

Alfredo Srur

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